HISTORIAS BIBLICAS


En el principio, solo existía Dios. Luego, el Señor creó los cielos y la tierra. Sin embargo, la tierra no tenía forma, y estaba oscura y vacía. Dios dijo: «¡Que haya luz!» y apareció la luz. Así, el Señor separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz «día» y a la oscuridad «noche». Este fue el primer día de la creación.

Después, Dios dijo: «Que se separen las aguas». Entonces, creó un gran espacio entre las aguas de la tierra y las aguas por encima de la tierra. A ese espacio, lo llamó «cielo». Este fue el segundo día de la creación.

Dios dijo: «Que el agua debajo del cielo se reúna en un solo lugar, y que aparezca la tierra seca». Dios llamó a lo seco «tierra» y a las aguas «mares». Después, Dios dijo: «Que la tierra produzca plantas y árboles». Crecieron plantas y árboles, y Dios vio que eran buenos. Este fue el tercer día de la creación.

A continuación, Dios dijo: «Que aparezcan luces en el cielo para separar el día de la noche». Entonces, el Señor hizo el sol para que brillara durante el día y la luna y las estrellas para brillar por la noche. Este fue el cuarto día de la creación.

Después, Dios exclamó: «Que las aguas se llenen de peces y en los cielos haya aves». Y así fue. Este fue el quinto día de la creación. 

Luego, Dios creó a los animales para que anduvieran por la tierra. Dios miró la creación y vio que era buena. Por último, el Señor creó a las personas. Las hizo a Su propia imagen. Tomó el polvo del suelo y formó un hombre. Y con Su propio aliento, Dios sopló y le dio vida al hombre. Tomó una de sus costillas y creó una mujer para que lo ayudara y fuera su esposa. Los llamó Adán y Eva.

Dios plantó un huerto en Edén, y colocó a Adán y Eva allí para cuidarlo. Les dijo: «Pueden comer de cualquier árbol del huerto, pero no deben comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comen de ese árbol, morirán». Todo esto sucedió el sexto día de la creación. Al séptimo día, Dios descansó de todo Su trabajo.

En el huerto del Edén, Dios les dio a Adán y Eva solo una regla: no tenían que comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si lo hacían, morirían.

Pero la serpiente (que, en realidad, era Satanás) le dijo a Eva: —¿De verdad Dios les dijo que no deben comer del fruto de ninguno de los árboles del huerto?

—Podemos comer de cualquier árbol —contestó Eva—, excepto del que está en el medio del huerto. Si comemos de su fruto o lo tocamos, moriremos.

—¡No morirán! —mintió la serpiente—. Se volverán como Dios, y conocerán el bien y el mal.

Entonces, Eva comió el fruto y le dio también a Adán. De repente, sus ojos fueron abiertos, ¡y se dieron cuenta de que estaban desnudos! Se hicieron ropa con hojas de higuera, pero cuando escucharon que Dios caminaba por el huerto, se escondieron.

—¿Dónde están? —los llamó el Señor.

—Estaba desnudo, así que me escondí —respondió Adán.

—¿Quién te dijo que estabas desnudo? —preguntó Dios—. ¿Acaso comieron del fruto que les dije que no podían comer? Adán culpó a Eva: —La mujer me lo dio.

Eva culpó a la serpiente: —Me mintió.

Adán y Eva habían desobedecido a Dios, y Él tuvo que castigar su pecado. Eva tendría un gran dolor al tener sus hijos, y Adán debería trabajar mucho para obtener alimento del suelo. Además, un día, morirían. Entonces, Dios los sacó del huerto.

Más tarde, Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel. Abel era un pastor de ovejas, y Caín cultivaba la tierra. Un día, Caín le dio a Dios una ofrenda de una parte de sus cosechas, mientras Abel le ofreció a Dios la primera cría de su rebaño. A Dios le agradó la ofrenda de Abel, pero no la de Caín.

Caín se enojó muchísimo. «¿Por qué estás enojado?», le preguntó Dios. «Si haces lo correcto, también aceptaré tu ofrenda».

Pero Caín le dijo a Abel: «Vayamos al campo». Allí, ¡Caín atacó a su hermano y lo mató! «¿Dónde está Abel?», le preguntó Dios a Caín. «No lo sé», mintió Caín.

Sin embargo, Dios sabía lo que Caín había hecho, y lo maldijo. «La tierra nunca más te dará buenas cosechas, y serás un vagabundo sin hogar sobre la tierra». Entonces, Dios puso una marca sobre Caín, para que nadie lo matara. Caín se fue de la presencia de Dios y partió hacia la tierra de Nod, al este del Edén. Adán y Eva tuvieron otros hijos; entre ellos, un varón al que llamaron Set. 

Un día, Dios miró a todas las personas de la tierra y vio que sus pensamientos eran malvados y estaban llenos de pecados. Se lamentó de haber creado al hombre. Entonces, Dios dijo: «Borraré al hombre y destruiré la tierra».

Pero Noé era un hombre bueno y justo, que intentaba seguir a Dios en todas las cosas. Dios quería salvar a Noé, entonces le dijo: «Construye un arca con madera de ciprés. Hazla de 138 metros de largo, 23 metros de ancho y 14 metros de alto».

Entonces, Dios le dijo a Noé exactamente cómo construir el techo, dónde colocar la puerta y cómo arreglar las habitaciones dentro del arca. Dios declaró: « Entrarás al arca con tus hijos, tu esposa y las esposas de tus hijos.

Lleva contigo un macho y una hembra de cada criatura viviente, para conservarlos con vida también. Cubriré la tierra con un diluvio y todo lo que hay en ella morirá. Sin embargo, te cuidaré.».

Entonces, Noé construyó el arca tal cual Dios le había dicho. Cuando la terminó, Noé entró con su familia y los animales, y Dios cerró la puerta. Llegaron las lluvias, y llovió durante 40 días y 40 noches. Las aguas se elevaron y cubrieron toda la tierra… ¡incluso las montañas! Todo lo que había sobre la tierra murió. Solo Noé y los que estaban en el arca sobrevivieron.

Durante 150 días, el agua cubrió la tierra por completo. Entonces, Dios envió un viento para secar las aguas. Después de otros 150 días, el arca se detuvo sobre las montañas de Ararat. A los 40 días, Noé abrió la ventana y soltó un cuervo. El pájaro voló de un lado al otro hasta que las aguas se secaron. Noé también soltó una paloma, pero esta volvió al arca porque no podía encontrar un lugar donde descansar.

Después de siete días más, Noé volvió a enviar la paloma. Esta vez, el ave volvió con una rama de olivo. Una semana más tarde, Noé volvió a soltar la paloma, y esta vez, no regresó. La tierra estaba seca. Noé, su familia y todos los animales salieron del arca. Dios prometió que nunca más volvería a enviar un diluvio sobre toda la tierra.  Luego, colocó un arcoíris en el cielo, como señal de Su promesa.

Después de que Noé y su familia salieron del arca, Dios los bendijo. Les dijo que tuvie-ran muchos hijos y volvieran a llenar la tierra de gente. Las personas encontraron un valle en la tierra de Babilonia y se establecieron allí.

Ahora, en esa época, todos hablaban el mismo idioma. Entonces, comenzaron a decirse unos a otros: «Construyamos una ciudad y una torre que llegue hasta el cielo. Eso nos hará famosos y mostrará lo grandes que somos. Así, no tendremos que dispersarnos por toda la tierra». Estaban intentando darse gloria a ellos mismos en lugar de a Dios.

Entonces, empezaron a hacer ladrillos y los cocinaron en hornos, hasta que estaban bien duros. Usaron los ladrillos para construir la ciudad y su torre. Dios bajó y miró lo que estaban construyendo. Pensó: «Si hacen esto, seguramente se les ocurrirán otras cosas malas para hacer. Necesitamos detenerlos». Entonces, Dios confundió sus idiomas y sus palabras.

Cuando la gente intentó hacer planes para seguir construyendo la ciudad y la torre, ¡no entendía lo que el otro decía! Si un obrero pedía: «Dame otro ladrillo», nadie más sabía lo que quería. O si alguno decía: «Dame ese martillo», ¡tal vez recibía una pala! Así, tuvieron que dejar de construir la ciudad.

La gente empezó a alejarse en grupos y a vivir con los que hablaban el mismo idioma. De esta manera, Dios los esparció por toda la tierra… que era lo que les había dicho después del diluvio. La ciudad con su torre sin terminar se llamó Babel o Babilonia. Esto significa «confundido», porque las personas se confundieron cuando intentaron hablar unas con otras. 

Job era un hombre maravilloso que temía y seguía a Dios. Estaba alejado del mal y del pecado. Además, Job era muy rico.

Un día, Dios le dijo a Satanás: —¿Has visto a Job? No hay nadie como él. Está alejado de todo mal. —Eso se debe a que lo bendices y lo proteges. Si le quitas todo lo que tiene, Job te maldecirá —contestó el diablo. —Muy bien —replicó Dios—, puedes sacarle todo lo que tiene, pero te prohíbo lastimarlo.

Entonces, Satanás envió hombres que robaran los bueyes, los burros y los camellos de Job. Después, mandó rayos que mataran sus ovejas. ¡Hasta hizo que se murieran los diez hijos de Job! Sin embargo, Job no se apartó de Dios. Después, Dios le dijo a Satanás: —Intentaste poner a Job en mi contra, pero no funcionó. —Si le quitas a Job su salud, te mal- decirá —sugirió Satanás. —Muy bien —contestó Dios—, pero no lo mates. Entonces, Job se enfermó. Se le cubrió todo el cuerpo con ampollas dolorosas.

Su esposa le dijo que culpara a Dios, pero Job no quiso hacerlo. Sus amigos opinaron que Job estaba siendo castigado por algún pecado terrible. Sin embargo, él sabía que era inocente. Anhelaba un mediador… alguien que hablara con Dios a su favor.

Job incluso empezó a cuestionar por qué Dios había permitido que le sucedieran estas cosas. Entonces, Dios mismo le habló desde el remolino.

«¿Dónde estabas cuando creé la tierra?» le preguntó. «¿Acaso fuiste tú el que le dijo al mar adónde detenerse? ¿Mandaste que apareciera la mañana? ¿O acaso colocaste las estrellas en su lugar? ¿Sabes cuándo tienen los animales sus bebés? ¿Le dijiste al águila que volara?».

Dios hizo todas estas preguntas y muchas más. Quería que Job comprendiera que Él es todopoderoso y quien gobierna todas las cosas. Como Job era solo un hombre, no podía entender completamente los caminos de Dios. Job respondió: «Sin duda, hablaba de lo que no entendía, cosas demasiado maravillosas para mí».

Más adelante, Dios le dio a Job diez hijos más y el doble de riquezas de las que había tenido. Job vivió 140 años des- pués de su sufrimiento. Vio a sus nietos y bisnietos antes de morir. 

Hace mucho tiempo, vivió un hombre llamado Abram, y su esposa, que se llamaba Sarai. Dios le dijo a Abram que dejara su hogar y fuera a una tierra que Él le mostraría. 
 
Prometió engrandecer el nombre de Abram, y dijo que todas las personas de la tierra serían bendecidas a tra- vés de él. 
 
Abram obedeció a Dios y dejó su hogar. Luego, Dios se le apareció en una visión y declaró: «No tengas miedo, Abram. Yo soy tu escudo, y tu recompensa será grande». Sin embargo, Abram estaba triste. 
 
«¿Qué puedes darme, Señor?», preguntó. 
«No tengo hijos, así que uno de mis esclavos heredará todo lo que tengo». Porque Abram y Sarai eran demasiado viejos como para tener hijos propios. Sin embargo, Dios tenía un plan. 
 
Llevó a Abram afuera y exclamó: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes». Por supuesto, Abram no podía contar las estrellas. ¡Eran demasiadas! «Tu descendencia será tan numerosa como las estrellas», prometió el Señor. 

Abram le creyó, y esto agradó al Señor. Dios también prometió que la familia de Abram conservaría la tierra donde vivía. «¿Cómo puedo estar seguro?», preguntó Abram. Entonces, Dios le dio a Abram una señal de que cumpliría Su pacto (o promesa) con él. Le dijo a Abram que sacrificara una novilla, una cabra, un carnero, una tórtola y una paloma. 

Abram hizo lo que Dios le pedía, y luego se durmió profundamente. Mientras dormía, Dios le dijo lo que sucedería en el futuro. Explicó que la familia de Abram sería esclava en un país extranjero durante 400 años antes de que Dios juzgara a esa nación y bendijera a la familia de Abram. Pero Abram tendría una vida larga y pacífica. Cuando se puso el sol y cayó la noche, aparecieron un horno humeante y una antorcha ardiente. Pasaron entre los animales, como señal de que Dios cumpliría Sus promesas. 

Dios le prometió a Abram que tendría un hijo. Sin embargo, pasaron muchos años, y Abram y Sarai no tenían hijos.

Entonces, Sarai decidió arreglar el problema a su manera. «Como el Señor no me ha dado hijos», le dijo Sarai a Abram, «cásate con mi esclava. Quizás podamos tener una familia a través de ella».

Entonces, Sarai le dio su sierva Agar a Abram para que fuera su esposa. Pero cuando Agar quedó embarazada, comenzó a despreciar a Sarai. Entonces, Sarai se quejó con Abram, y él respondió: «Haz lo que quieras con ella». Sarai trató tan mal a Agar que la sierva terminó huyendo.

El ángel del Señor encontró a Agar junto a un manantial de agua en el desierto. Le dijo: «Agar, ¿de dónde vienes y adónde vas?». «Estoy huyendo de mi señora, Sarai», respondió Agar. «Vuelve con tu señora», le dijo el ángel del Señor. «Tendrás un hijo. Lo llamarás Ismael, porque el Señor ha oído tus lamentos». (Ismael significa «Dios oye»).

Entonces, Agar regresó con Sarai. Dio a luz al hijo de Abram, y lo llamó Ismael. Abram tenía 86 años cuando nació Ismael. Sin embargo, Ismael no era el hijo especial prometido por Dios.

Abram y Sarai esperaron trece años más, y Dios volvió a aparecerse a Abram. Le cambió el nombre a Abraham, que significa «Padre de una gran multitud». Esto es porque Abraham sería el padre de muchas naciones y reyes. Dios también le cambió el nombre a Sarai y la llamó Sara, que significa «princesa». El Señor anunció: «La bendeciré y te daré un hijo con ella. Sara será la madre de naciones y reyes».

Abraham se rió para sus adentros, pensando: «¿Cómo pueden un hombre de 100 años y una mujer de 90 tener un bebé? Pero Dios dijo: «En un año, Sara tendrá un hijo, y lo llamarán Isaac. Haré mi pacto con él y con sus hijos. También bendeciré a Ismael, y formará una gran nación. Pero mi pacto será con Isaac».

Dios cumplió Su promesa. Un año más tarde, Sara dio a luz a un hijo. Abraham le puso por nombre Isaac, como Dios le había dicho. Abraham tenía 100 años cuando nació Isaac. Había aprendido que Dios siempre cumple Sus promesas. 



Dios cumplió Su promesa de darle un hijo a Abraham, pero quería asegurarse de que Él seguía siendo lo más importante en la vida de Abraham. Así que lo probó para ver si lo obedecía.

«Abraham», lo llamó el Señor. «Aquí estoy», respondió Abraham. «Toma a tu hijo, al que tanto amas, y ve a la región de Moria», le ordenó Dios. «Llévalo a la montaña y ofrécelo como sacrificio».

Un sacrificio es algo de gran valor que se le entrega a Dios. Puede ser obediencia, amor, acción de gracias o la necesidad de perdón. En la época del Antiguo Testamento, un sacrificio era en general un animal que se mataba en un altar.

Sin embargo, esta vez, Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac en el altar, en vez de a un animal. Con el corazón lleno de dolor, Abraham se levantó temprano la mañana siguiente. Juntó un poco de leña, y ensilló su burrito. Luego, partió con su hijo Isaac y dos siervos.

Viajaron durante tres días para llegar al lugar que Dios le había dicho. Entonces, Abraham dejó a sus siervos con el burrito, mientras él e Isaac iban un poco más adelante, subiendo por la montaña. Isaac llevaba la leña y Abraham el cuchillo y el fuego. Isaac se dio cuenta de que faltaba algo. «Padre», preguntó, «¿dónde está el cor- dero para el sacrificio?». «Dios mismo proveerá el cordero», respondió Abraham.

Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham construyó un altar y colocó la leña arriba. Ató a su hijo Isaac y lo colocó encima del altar.

Entonces, Abraham sacó el cuchillo y se dispuso a sacrificar a su hijo. Pero el ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham! No lastimes al muchacho. Ahora sé que temes a Dios. Estabas dispuesto a entregar a tu único hijo por mí». Abraham se dio vuelta y vio un carnero con los cuernos atrapados en unos arbustos. Le ofreció el carnero a Dios y llamó a ese lugar «El Señor proveerá». El ángel del Señor volvió a hablarle a Abraham. «Te bendeciré», afirmó. «Multiplicaré a tu familia para que sea como las estrellas en el cielo y la arena del mar. Tus descendientes vencerán a tus enemigos. Todas las naciones de la tierra serán bendecidas porque me obedeciste».


Dios le había prometido a Abraham que su descendencia sería como las estrellas en el cielo y la arena de la orilla del mar… ¡demasiado grande como para contarla! Sin embargo, Isaac, el hijo de Abraham, no tenía hijos.

Durante 20 años, Isaac oró para que Dios le diera un hijo a su esposa Rebeca. Por fin, Dios respondió las oraciones de Isaac… ¡Rebeca quedó embarazada de mellizos! Sin embargo, los dos bebés peleaban dentro de ella.

Esto preocupaba a Rebeca, así que le preguntó a Dios: «¿Por qué sucede esto?». Dios le respondió: «Los bebés en tu vientre se transformarán en dos naciones. Una de ellas será más fuerte que la otra, y tu hijo mayor servirá al menor».

Cuando nacieron los bebés, eran los dos varones. El primero que nació era rojizo y estaba cubierto de vello. Lo llamaron Esaú. El bebé que nació segundo, salió del vientre tomado del talón de Esaú. Lo llamaron Jacob.

Años más tarde, hubo una hambruna en la tierra. En Egipto, había comida, pero Dios se le apareció a Isaac y le dijo: «No vayas a Egipto. Quédate en esta tierra. Te daré todas estas tierras a ti y a tu descendencia, como le prometí a Abraham». Entonces, Isaac obedeció a Dios.

Años después, Dios volvió a aparecer. Esta vez, se le apareció al hijo de Isaac, Jacob. Jacob había traicionado a su hermano Esaú y le había mentido a su padre. Había huido de su hogar para que Esaú no lo matara. Mientras viajaba, Jacob se detuvo una noche para dormir. Tomó una roca y la colocó debajo de su cabeza, a modo de almohada.

Mientras dormía, Jacob soñó con una escalera que comenzaba en el suelo, ¡y llegaba hasta el cielo! Los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Entonces, Dios le habló a Jacob y le dijo: «Yo soy el Dios de Abraham e Isaac. Les daré a ti y a tu descendencia la tierra donde estás durmiendo. Tus descendientes serán como el polvo de la tierra. Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti y de tu descendencia. Yo estoy contigo. Te cuidaré dondequiera que vayas. Y te traeré de regreso a esta tierra». Jacob tomó la piedra que había usado como almohada y derramó aceite sobre ella. Entonces, llamó a ese lugar «Betel», que significa «casa de Dios».

Conexión con Cristo: El maravilloso plan de Dios para Abraham se extendió mucho más allá de su vida. Siguió también en las vidas de Rebeca, Isaac, Jacob y, con el tiempo, en toda la nación, hasta el nacimiento de un bebito llamado Jesús. Jesús cumplió el plan divino de salvar y redimir a todo el pueblo de Dios.

Pregunta para relacionar: ¿Cómo sabía la gente cuál era el plan de Dios?

Respuesta para relacionar: Dios les comunicaba a las personas Su plan.

Cuando los hijos de Isaac crecieron, Esaú se transformó en un cazador y Jacob decidió trabajar en su casa. Isaac, amaba más a Esaú. Pero su madre, Rebeca, amaba a Jacob.
Un día, mientras Jacob cocinaba un guiso, Esaú volvió del campo. «¡Qué cansado estoy! Dame un poco de ese guiso», pidió Esaú. «Primero, véndeme tu primogenitura», respondió Jacob. (La primogenitura era un derecho especial del hijo mayor. Le permitía quedarse con más riqueza familiar cuando morían los padres.) «¡Voy a morir de hambre! ¿De qué me sirve la primogenitura?», exclamó Esaú.
Entonces, le vendió su derecho de hermano mayor a Jacob por un plato de guiso, porque no creía que se tratara de algo importante. Más adelante, cuando Isaac era viejo, sus ojos se volvieron tan débiles que ya no podía ver.
Le dijo a Esaú: «Ya soy viejo, y no sé cuándo moriré. Ve a cazar un animal para mí, y prepárame mi comida preferida. Entonces, te bendeciré». (Esta bendición transformaría a Esaú en el líder de la familia.)
Rebeca escuchó todo. Entonces, cuando Esaú se fue, ella le dijo a Jacob: «Tráeme dos cabritos. Con ellos, prepararé el plato favorito de tu padre. Llévaselo y él te bendecirá a ti en lugar de a tu hermano». Pero Jacob respondió: «Esaú es velludo, y yo tengo piel suave. ¿Y si mi padre me toca? Sabrá que soy un mentiroso, y me maldecirá». Rebeca le dijo: «Que la maldición caiga sobre mí. Haz lo que te digo».
Entonces, Jacob le llevó a su madre los cabritos, y ella los cocinó. Colocó la piel de los cabritos sobre las manos y el cue- llo de Jacob, para que pareciera velludo. Después, Jacob le llevó la comida a su padre. —Soy Esaú —dijo Jacob—. Por favor, come para que puedas bendecirme. —Acércate —pidió Isaac, y tocó la piel de cabrito en las manos de Jacob.
Entonces, afirmó: —La voz es la de Jacob, pero las manos son como las de Esaú. ¿De veras eres Esaú? —Sí —mintió Jacob. Entonces, Isaac comió su comida y bendijo a Jacob.
La bendición incluía tierras, riquezas y poder. —Que las naciones se inclinen ante ti —declaró Isaac—. Que seas el amo de tus hermanos. Cuando Esaú regresó, le llevó a Isaac su comida favorita. ¡Entonces, Isaac se dio cuenta del engaño! Esaú le rogó a su padre que lo bendijera también, pero era muy tarde. ¡Esaú estaba tan furioso que decidió matar a Jacob cuando Isaac muriera! Pero Rebeca lo escuchó y envió a Jacob a vivir con su tío.

Jacob vivió lejos de su hogar durante muchos años. Tenía esposas, hijos y rebaños.

Un día, Dios le dijo: «Vuelve a la tierra de tus padres y tu familia. Yo iré contigo». Entonces, Jacob puso a sus hijos y sus esposas en camellos. Juntó sus rebaños y emprendió el viaje a casa. Volver a su hogar significaba ver a su hermano Esaú otra vez. A Jacob le preocupaba que Esaú siguiera enojado con él por robar su bendición.

Entonces, envió mensajeros delante de él para avisarle a Esaú que Jacob, su siervo, estaba llegando. Cuando volvieron los mensajeros, le dijeron a Jacob: «Tu hermano viene a encontrarse contigo, ¡y trae 400 hombres!».

Jacob se llenó de miedo, así que dividió a su familia y sus siervos en dos grupos. Esperaba que, si Esaú atacaba a un grupo, los demás podrían escapar.

Entonces, Jacob le pidió a Dios que lo protegiera y que cumpliera Su promesa de que su familia sería como la arena de la orilla del mar: demasiado grande como para contar.

También envió delante de él muchos regalos de cabras, ovejas, camellos, vacas, toros y burros. Más tarde, esa noche, Jacob hizo que su familia cruzara el arroyo, mientras él se quedaba del otro lado. Un hombre (que en realidad era Dios) apareció y peleó con él toda la noche.

Después, le dijo a Jacob: «¡Déjame ir, pues ya amanece!». Pero Jacob respondió: «No te dejaré ir a menos que me bendigas». Entonces, el hombre le dijo: «Tu nombre ya no será Jacob. Será Israel, porque luchaste con Dios». Después, lo bendijo.

Jacob llamó a ese lugar «Peniel», que significa «el rostro de Dios». Lo hizo porque había visto a Dios cara a cara. Después de esto, Jacob levantó la mirada. Vio que Esaú y sus 400 hombres se acercaban.

Jacob fue a encontrarse con Esaú, y se inclinó ante él. Pero Esaú corrió a encontrarse con su hermano, lo abrazó y lo besó. Entonces, lloraron juntos.

—¿Por qué enviaste todos estos regalos? —preguntó Esaú. —Para agradarte, mi señor —respondió Jacob.

—Yo tengo suficiente, hermano mío —le dijo Esaú—. Guarda lo que tienes. Pero Jacob insistió: —Por favor, acepta mi regalo, porque Dios ha sido bueno conmigo, y tengo todo lo que necesito. Entonces, Jacob se estableció con su familia en Siquem.


Jacob tenía doce hijos, pero José era su favorito. Jacob incluso le dio a José una túnica especial de muchos colores.

Cuando los hermanos de José vieron la túnica, odiaron a su hermano. Un día, José tuvo un sueño: «Soñé que estábamos recogiendo manojos de grano. De repente, el mío se levantó y los de ustedes se inclinaban ante el mío».

Esto hizo que los hermanos de José lo odiaran aún más. Después, tuvo otro sueño donde el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante José. Incluso Jacob regañó a José esta vez. «¿Acaso tu madre, tus hermanos y yo nos inclinaremos ante ti?», le dijo.

Tiempo después, Jacob envió a José a ver cómo estaban sus hermanos, mientras ellos cuidaban sus rebaños. Los hermanos lo vieron llegar y decidieron matarlo.

Sin embargo, Rubén, el mayor, les dijo que lo arrojaran a un pozo. Planeaba rescatar a José más tarde. Los hermanos tomaron a José, le arrancaron su colorida túnica y lo arrojaron al pozo.

Mientras comían, vieron una caravana de ismaelitas que se dirigía a Egipto, y vendieron a José como esclavo. Luego, mancharon su túnica con sangre de cabra y le dijeron a Jacob que un animal salvaje había matado a su hijo. Jacob estuvo triste durante mucho tiempo.

A José lo vendieron a un funcionario egipcio llamado Potifar. Sin embargo, Dios estaba con José, y lo bendecía en todo lo que hacía. Entonces, Potifar puso a José a cargo de su casa. Pero, un día, la esposa de Potifar dijo una terrible mentira sobre José, ¡y lo arrojaron a la cárcel!

Pero también en la prisión, Dios bendijo a José. Lo pusieron a cargo de todos los prisioneros. En ese momento, el copero y el panadero del faraón también estaban en la cárcel. Estos hombres le contaron a José sus sueños. Con la ayuda de Dios, José les dijo lo que significaban: el copero volvería a servir al faraón, pero el panadero moriría. «Recuérdame cuando estés ante el faraón», le dijo José al copero, pero este se olvidó.

Dos años más tarde, el faraón soñó que siete vacas flacas se comían a siete vacas gordas. Después, siete espigas secas se comían a siete espigas llenas de grano. Nadie sabía el significado de los sueños del faraón. Entonces, ¡el copero se acordó de José! El faraón hizo traer al encarcelado y, con la ayuda de Dios, José explicó el significado de los sueños. Habría siete años de abundancia de alimentos, y luego siete años de hambre, donde no habría comida. El faraón se dio cuenta de que Dios estaba con José, así que lo puso a cargo de todo Egipto. Solo el faraón era superior a José.
Conexión con Cristo:Dios envió a José a Egipto y lo bendijo, y lo puso en una posición de muchísimo poder. Allí, el Señor lo usó para salvar a su familia y a muchos otros de morir de hambre. Jesús dejó Su posición de gran poder para transformarse en la herramienta de Dios para salvar al mundo. La vida y la muerte de Cristo abrieron un camino para salvar a las personas de la muerte espiritual, que es el castigo por el pecado.

Pregunta para relacionar: ¿Quién está siempre con nosotros?

Respuesta para relacionar: Dios está siempre con nosotros, incluso cuando nos suceden cosas que no entendemos.

Llegó el tiempo de hambre, tal cual había anunciado Dios. El problema no solo estaba en Egipto, sino en todas las naciones.

José había guardado granos durante los siete años de abundancia, así que había comida en Egipto. De todos los países, acudieron a José para comprar comida.

Incluso Jacob envió a diez de sus hijos a comprar granos, pero Benjamín (el hijo más pequeño) se quedó en su casa. Los hermanos de José llegaron y se inclinaron ante él. Al instante, José se dio cuenta de quiénes eran, pero ellos no lo reconocieron. Cuando se inclinaron, José recordó los sueños que había tenido mucho tiempo atrás. Entonces, dijo: «¡Ustedes son espías!», y los arrojó en la cárcel por tres días.

Al tercer día, José les dijo: «Pruébenme que no son espías y traigan a su hermano menor aquí». Uno de los hermanos se quedó en la cárcel y los otros nueve partieron a su hogar. Cuando llegaron a su casa, le contaron todo a Jacob, pero él no quería que llevaran a Benjamín a Egipto.

Sin embargo, el hambre era terrible. Cuando se les terminó la comida, Jacob volvió a enviar a sus hijos a Egipto a comprar más… y permitió que Benjamín fuera con ellos. Cuando José vio a Benjamín con sus hermanos, los invitó a su casa a comer. José le dio a Benjamín cinco veces más comida que a sus hermanos. Después de comer, José le dijo a un siervo que llenara la bolsa de cada uno de sus hermanos con granos.

También le dijo que escondiera una de las copas de plata de José en el costal de Benjamín. Cuando los hermanos se fueron, José envió a su siervo detrás de ellos a acusarlos de robar la copa. Los hermanos se defendieron: «No robamos la copa de su amo. Si alguno de nosotros la tiene, morirá y el resto de nosotros seremos sus esclavos».

Cuando encontraron la copa en el costal de Benjamín, los hermanos se llenaron de temor, y volvieron a la casa de José. José les dijo que podían irse, pero que Benjamín se quedaría allí como esclavo.

Su hermano Judá le rogó que lo dejara tomar el lugar de Benjamín. José se sintió tan abrumado por sus sentimientos que ya no pudo esconder quién era. Les pidió a todos sus siervos que salieran de la habitación, y les dijo a sus hermanos quién era. Los hermanos estaban aterrorizados, pero José los tranquilizó: «No tengan miedo. Planearon algo malo en mi contra, pero Dios lo usó para traer una gran bendición».

Luego, les dijo: «Vayan a casa y traigan a mi padre y a todas sus familias. Vengan aquí. Pueden establecerse en la tierra de Gosén y estar cerca de mí». Así, los israelitas se fueron a vivir a Egipto.

Conexión con Cristo:José reconoció que, aunque sus hermanos habían querido destruirlo, Dios usó estas circunstancias para bien. Quería establecer a los que quedaban del pueblo de Dios (Génesis 45:7). De manera similar, aunque los que crucificaron a Jesús lo hicieron con maldad, el plan de Dios para el sacrificio de Su Hijo fue para el bien de todo el mundo. A través de la muerte de Jesús en la cruz, Dios volvió a salvar a Su pueblo.

Pregunta para relacionar: ¿Por qué Dios envió a José a Egipto?

Respuesta para relacionar: El Señor envió a José a Egipto para salvar a su familia… y al pueblo escogido de Dios, los israelitas.

Pasaron muchos años, y José falleció. Un nuevo faraón ascendió al poder. Él no sabía las cosas maravillosas que José había hecho por Egipto. Este faraón tenía miedo de los israelitas (también llamados hebreos), porque eran muchísimos.

Entonces, los transformó en esclavos. Pero cuanto más trabajaban los israelitas, más crecían sus familias. Entonces, el faraón dio esta orden: «¡Arrojen a todos los bebés hebreos varo nes al río Nilo!».

Sin embargo, había una mujer que tuvo un bebé varón y lo escondió durante tres meses. Cuando ya no podía esconderlo, lo colocó en una canasta entre los juncos en el río Nilo. La hermana mayor del bebé, María, se escondió a vigilar el canasto. Cuando la hija del faraón bajó al río a bañarse, encontró al bebé y sintió lástima por él. «Este es uno de los niños hebreos», dijo, y lo llamó Moisés. María salió de su escondite y preguntó: «¿Quieres que busque a una mujer hebrea para que lo cuide?». «Ve», pidió la hija del faraón, y María salió corriendo a buscar a su madre.

Moisés creció en el palacio del faraón, pero veía lo mal que trataban a su pueblo. Un día, Moisés mató a un egipcio por golpear a un esclavo hebreo. El faraón se enteró e intentó matar a Moisés. Moisés huyó a Madián y se quedó allí muchos años, trabajando como pastor. Pero los israelitas seguían sufriendo, y clamaban a Dios pidiendo ayuda.

Él escuchó sus lamentos, y creó un plan para salvarlos. Un día, mientras Moisés cuidaba su rebaño, vio algo extraño. Una zarza estaba envuelta en llamas, ¡pero no se quemaba! Dios lo llamó desde la zarza: —¡Moisés! —Aquí estoy —respondió Moisés.

Dios le dijo: —He visto cómo sufre mi pueblo. Vuelve a ver al faraón y saca a mi pueblo de Egipto. Sin embargo, Moisés respondió: —¿Y si no creen que me enviaste?

Entonces Dios le dio a Moisés milagros para hacer. Transformó su vara de pastor en una serpiente y dejó su mano blanca con lepra.

Por último, le dijo a Moisés que si derramaba agua del río Nilo en el suelo, se transformaría en sangre. —¡Pero no sé hablar bien! —protestó Moisés—. Envía a otro. Dios se enojó porque Moisés no confiaba en Él. Pero envió al hermano de Moisés, Aarón, para ayudarlo. Por fin, Moisés partió para Egipto. 



Cuando Dios llamó a Moisés a sacar a Su pueblo de Egipto, Moisés y Aarón fueron a ver al faraón. Le dijeron: «Esto es lo que el Señor, Dios de Israel dice: Deja ir a mi pueblo, para que me adore en el desierto».

Pero el faraón respondió: «¿Y quién ese Señor? ¿Por qué tengo que obedecerlo? ¡No dejaré ir a Israel!». El faraón estaba enojado. Pensaba que Moisés quería evitar que la gente trabajara, así que les ordenó trabajar más duro.

Cuando los israelitas lo escucharon, se enfurecieron. «¡Nos estás dando problemas!», se quejaron con Moisés. Moisés le preguntó a Dios: «¿Por qué le causas problemas a este pueblo?». Pero Dios respondió: «Los libraré de Egipto.

El corazón del faraón está endurecido. No escuchará, pero yo extenderé mi mano contra Egipto. Los egipcios sabrán que yo soy el Señor». Entonces, Dios envió diez plagas para castigar al faraón y al pueblo egipcio. Primero, Dios transformó el río Nilo en sangre. Todos los peces murieron, y la gente no podía beber el agua.

Aun así, el faraón no dejó ir a los israelitas. Luego, Dios envió ranas a Egipto. Cubrieron la tierra, ¡y hasta se metían en las camas, los hornos y los platos! El faraón llamó a Moisés: «Pídele a Dios que se lleve las ranas. Entonces, dejaré ir a tu pueblo».

Pero cuando las ranas se habían ido, faraón no quiso dejar ir al pueblo de Dios. A continuación, Dios llenó la tierra de mosquitos. Después, envió moscas. Un gran enjambre llenó Egipto, pero no había ninguna en donde vivían los israelitas. Luego, Dios hizo que todos los animales se murieran: los caballos, los burros, los camellos y las ovejas. Todos los animales en Egipto murieron, pero los animales de los israelitas estaban bien. Aun así, el faraón no dejó ir al pueblo de Dios.

Entonces, el Señor envió llagas dolorosas para que cubrieran a todas las personas en Egipto. Después, vino una terrible tormenta de granizo, que destruyó todas las plantas y los árboles. A continuación, Dios envió nubes de langostas, que se comieron todas las plantas que quedaban vivas.

Sin embargo, donde vivían los israelitas, no había llagas ni tormentas ni langostas. La novena plaga fue una oscuridad intensa que cubrió Egipto durante tres días. Solo los israelitas tenían luz. Después de todo esto, ¡el faraón todavía no dejaba ir a los israelitas! Entonces, Dios le dijo a Moisés: «Enviaré una plaga más; la más terrible de todas. Después de eso, el faraón los dejará ir».

Ya habían llegado nueve plagas terribles a Egipto, pero el corazón del faraón seguía endurecido. No quería dejar ir a los israelitas. 
 
Así que Dios le dijo a Moisés: «Enviaré una plaga más al faraón y a Egipto. Después de eso, los dejaré ir». 
 
Moisés fue a ver al faraón y le dijo exactamente lo que sucedería. «A la medianoche, Dios pasará por Egipto, y todo primer hijo varón de la tierra morirá: desde el hijo mayor del faraón hasta el hijo mayor de la sierva más humilde. Incluso las primeras crías del ganado morirán. Se oirá un lamento desgarrador por todo Egipto, pero ninguno de los israelitas será dañado. Entonces, tú y tus funcionarios se inclinarán ante mí y nos dejarán ir». 
 
Pero el faraón no quiso escuchar. Dios le dijo a Moisés lo que debían hacer los israelitas para salvarse aquella noche. Cada familia tenía que escoger un cordero o cabra sin mancha ni defecto. Debían matarlo y salpicar con su sangre la parte superior del marco de la puerta de la casa. 
 
Esta sería una señal para que Dios pasara por alto esa casa, y nadie en la familia muriera. Dios también les dijo a los israelitas que cocinaran la carne con hierbas amargas y hornearan pan sin levadura. Tenían que comer esta preparación a medianoche. «Coman con las sandalias puestas y estén listos para viajar», dijo Dios. «¡Coman rápido y prepárense para salir!». 
 
Los israelitas hicieron exactamente lo que Dios mandó. Esa noche, mientras los egipcios dormían, los israelitas estaban ocupados preparando la comida y pintando con sangre sus puertas. A la medianoche, Dios hirió de muerte a todos los hijos mayores en la tierra de Egipto. El hijo del faraón murió. El hijo del prisionero murió. La primera cría del ganado murió. En todas las casas de Egipto, alguien murió. 
 
El faraón llamó a Moisés y Aarón durante la noche. «¡Levántense! ¡Dejen a mi pueblo y váyanse!», ordenó. «Llévense su ganado y sus rebaños, ¡y déjennos!». 
 
Los israelitas reunieron rápidamente sus pertenencias. Mientras se iban, el Señor hizo que los egipcios miraran con agrado a los israelitas, y les dieran oro, plata y ropas. 
 
Entonces, un ejército de israelitas —600.000 hombres y sus familias— abandonaron Egipto. Dios sacó a Su pueblo de Egipto. Estaba preparándoles un lugar en la tierra de Canaán. Durante 430 años, los israelitas habían sido esclavos en la tierra de Egipto. ¡Por fin eran libres! 
 

Después de la décima plaga, los israelitas partieron rápidamente de Egipto. El Señor los condujo hacia el mar Rojo. 
 
Durante el día, los guiaba con una columna de nube. A la noche, los conducía con una columna de fuego, para darles luz. Dios le dijo a Moisés que llevara al pueblo a acampar cerca del mar. 
 
Cuando le dijeron al faraón que los israelitas realmente habían abandonado Egipto, cambió de opinión. «¿Qué hemos hecho?», se lamentó. «¡Perdimos a nuestros esclavos!». El faraón reunió a su ejército y más de 600 carros. Se subió a su propio carro, comenzó a perseguir a los israelitas, y los alcanzó cerca del mar Rojo. 
 
Los israelitas vieron que los egipcios se acercaban, y gritaron: «¡Vamos a morir! ¡Nunca tendríamos que haber dejado Egipto!». Pero Moisés los tranquilizó: «No teman. El Señor peleará por ustedes, y no volverán a ver a los egipcios». 
 
Dios le dijo a Moisés: «Levanta tu vara. Extiende tu mano hacia el mar. Pártelo al medio, para que los israelitas puedan caminar entre las aguas hasta tierra seca». Entonces, la columna de nube se movió detrás de los israelitas para detener a los egipcios durante la noche. Moisés extendió su mano y el Señor dividió el mar. 
 
¡Los israelitas caminaron por el medio del mar hasta tierra seca! Había una pared de agua a ambos lados del camino. Los egipcios los persiguieron y se metieron por el camino que se abría en el mar. 
 
Pero, apenas los israelitas llegaron seguros a la costa, Moisés volvió a extender su mano. Las aguas cayeron y aplastaron a todo el ejército egipcio. Ninguno sobrevivió. Entonces, Moisés y los israelitas entonaron una canción para alabar a Dios: El Señor es mi fuerza y mi canción. Él se ha transformado en mi salvación. 
 
Moisés llevó al pueblo desde el mar Rojo hacia el desierto. Pero ellos comenzaron a quejarse porque no encontraban agua para beber. Moisés clamó a Dios, y Él les dio agua. 
 
Más adelante, los israelitas tuvieron hambre. Otra vez, se quejaron, diciendo: «¡Estábamos mejor en Egipto! ¡Nos trajiste aquí a morir!». Dios les respondió: «Al atardecer, les daré carne. 
 
Por la mañana, lloverá pan del cielo». Así que, a la tarde, llegaban codornices al campamento. Y, por la mañana, hojuelas de pan caían sobre el suelo como escarcha. Los israelitas lo llamaban «maná», que significa «¿Qué es eso?». De esta manera, Dios cuidaba a Su pueblo. 
 

Tres meses después de que los israelitas salieron de Egipto, llegaron al desierto de Sinaí, y acamparon frente a una montaña. Moisés subió a la montaña para encontrarse con Dios, y el Señor le dijo: «Dile a los israelitas: Si me escuchan y guardan mi pacto, serán mi pueblo».

Moisés volvió al pueblo y les comunicó lo que Dios había dicho. «Haremos lo que el Señor diga», contestaron. Entonces, Dios le dijo a Moisés: «Vendré a ti en una nube densa. Quiero que el pueblo escuche cómo te hablo, para que crean en ti».

Moisés preparó al pueblo. Al tercer día, hubo truenos y relámpagos. Una densa nube descendió sobre la montaña, y sonó una fuerte trompeta. El pueblo tembló.

Entonces, Moisés los llevó al pie de la montaña. La montaña tembló y la trompeta sonó con más fuerza. Moisés habló y Dios le respondió con voz de trueno. Entonces, Dios le dijo a Moisés que subiera a la cima de la montaña.

Allí, le dio los Diez Mandamientos:

No tengas ningún otro dios aparte de mí. No te hagas ninguna clase de ídolo. No hagas mal uso del nombre del Señor tu Dios. Acuérdate de guardar el día de descanso y mantenerlo santo. Honra a tu padre y a tu madre. No cometas asesinato. No cometas adulterio. No robes. No des falso testimonio contra tu prójimo. No codicies las posesiones de tu prójimo.

Cuando Dios dejó de hablar, le dio a Moisés dos tablas de piedra donde había escrito con Su propio dedo. Moisés estuvo en la montaña durante 40 días.

Se ausentó tanto tiempo que los israelitas le pidieron a Aarón: «Fabrica un dios para guiarnos, porque no sabemos dónde está Moisés».

Entonces, Aarón hizo un becerro de oro para que adoraran. Dios lo vio y se enfureció. Moisés se apuró a bajar de la montaña, llevando las dos tablas de piedra. Cuando vio que el pueblo bailaba junto al becerro de oro, se enojó tanto que arrojó las tablas de piedra y las rompió en pedazos. Moisés destruyó el becerro de oro y volvió a hablar con Dios. «Por favor, perdónalos», rogó Moisés.

Pero Dios castigó al pueblo con una plaga, porque habían adorado al becerro de oro. Luego, Dios le hizo a Moisés otras dos tablas de piedra, para reemplazar las que se habían roto.

Conexión con Cristo: Conexión con Cristo: Dios hizo un pacto con Su pueblo: «si me obedecen, ustedes serán mi pueblo» (ver Éxodo 19:5-6). Pero el pueblo no obedeció a Dios. Pecaron contra el Señor, y Moisés le pidió a Dios que los perdonara. Moisés actuó como mediador o abogado ante Dios. Cuando pecamos, Jesús es nuestro mediador. A través de Él, recibimos perdón por nuestros pecados. Dios nos mira con agrado porque mira a Jesús, que nunca pecó.

Pregunta para relacionar: ¿Por qué Dios le dio a Su pueblo los Diez Mandamientos?

Respuesta para relacionar: Dios es Santo. Les dio leyes a los israelitas para ayudarlos a ser santos también.

Cuando Moisés estaba en la montaña hablando con Dios, el Señor le dijo: «Diles a los israelitas que hagan un lugar para mí, un tabernáculo, para que pueda vivir entre ellos. Háganlo exactamente como te diré».

Moisés les comunicó a los israelitas lo que Dios había dicho. Les pidió que trajeran regalos para el Señor para colocar en el tabernáculo: oro, plata y bronce; lanas, lino fino y pelo de cabra; pieles de animales; madera; especias y piedras preciosas.

Los israelitas comenzaron a traer sus regalos. Dios les dio a dos hombres, Bezalel y Aholiab, la capacidad de hacer toda clase de manualidad y obra creativa. Después, ellos les enseñaron a otros, y todas las personas capacitadas se reunieron a construir el tabernáculo. Todo este tiempo, el pueblo seguía trayendo regalos. Pronto, los artesanos le dijeron a Moisés: «El pueblo trae más regalos de los que necesitamos para construir el tabernáculo».

Así que Moisés les dijo a los israelitas que dejaran de llevar regalos. El tabernáculo fue construido tal cual había dicho Dios. Las cortinas de lino formaban las paredes. Sobre ellas, colgaban cortinas de pelo de cabra, que formaban una tienda sobre el tabernáculo. Se hicieron muchas cosas para el interior del tabernáculo: candelabros, mesas, platos, utensilios y el arca del pacto. (El arca era una caja de madera recubierta de oro.

Representaba la presencia de Dios en medio del pueblo.) También se hicieron túnicas y ropas especiales para los sacerdotes. Cada parte del tabernáculo tenía su propósito especial y estaba hecha como Dios había indicado. Cuando todo estaba terminado, Dios le dijo a Moisés cómo preparar el tabernáculo y dónde colocar cada cosa en su interior. También le dijo cómo ungirlo con aceite, para que fuera santo.

A continuación, Dios le dijo a Moisés que trajera a Aarón y a sus hijos a la entrada del tabernáculo. Ellos serían Sus sacerdotes. Aarón se colocó la túnica sagrada, y Moisés lo ungió para que fuera sacerdote. Los hijos de Aarón también fueron ungidos. Cuando todo estaba listo, la nube cubrió el tabernáculo, y la gloria de Dios lo llenó. Después, Dios le dio esta señal al pueblo: Si la nube cubría el tabernáculo, los israelitas debían permanecer donde estaban. Cuando la nube se levantaba, tenían que viajar y llevar el tabernáculo con ellos. La nube del Señor estaba sobre el tabernáculo durante el día, y por la noche había fuego en su interior. De esa manera, los israelitas siempre podían ver la nube de Dios.
Conexión con Cristo: Dios les indicó a los israelitas que cons- truyeran un tabernáculo para que Él pudiera vivir entre ellos. Dios desea estar con Su pueblo. Como parte de Su plan de salvación, envió a Jesús a habitar con las personas en la tierra.

Pregunta para relacionar:¿Qué muestra el tabernáculo sobre Dios?

Respuesta para relacionar: Dios quiere habitar con Su pueblo y que ellos lo adoren.

Cuando Moisés estaba con Dios en el monte Sinaí, el Señor le dio muchas reglas y leyes para que los israelitas obedecieran.

Como Dios es Santo, exigió que el pueblo obedeciera estas leyes a la perfección. No seguir una ley es pecado, y Dios no tolera el pecado. Él desea que Su pueblo sea santo. Cuando se terminó el tabernáculo, Moisés ya no tenía que subir a la montaña para encontrarse con Dios. Podía ir al tabernáculo. Desde allí, Dios le dio a Moisés más leyes. Estas leyes les indicaban a los israelitas cómo adorar al Señor y vivir en santidad.

En primer lugar, Dios dio reglas sobre las ofrendas. Las ofrendas son regalos, como dinero o joyas, que la gente le da a Dios. Las ofrendas también podían ser granos, pan o animales. En distintos momentos, se necesitaban diferentes ofrendas.

Cuando la gente quería adorar a Dios, presentaba ofrendas quemadas. Cuando querían pedir perdón por su pecado, presentaban ofrendas por los pecados. Dios también les dio reglas a los sacerdotes. Les dijo cómo ofrecer sacrificios, cuidar el tabernáculo y enseñarle al pueblo las reglas de Dios para vivir una vida santa. Aarón y sus hijos fueron los primeros sacerdotes.

Dios le dijo a Moisés que habría un día especial en el año. Se llamaría Día de la expiación. «Expiación» significa arreglar lo que está mal. La gente que necesitaba reparar sus pecados, precisaba arreglar su relación con Dios. En el Día de la expia- ción, el sumo sacerdote ofrecía un sacrificio especial. Tomaba la sangre de un animal y entraba al lugar más santo del tabernáculo.

Allí, salpicaba la sangre sobre la tapa de la expiación del arca del pacto (a veces, se la llamaba el arca de Dios y, en su interior, estaban las tablas de piedra con los Diez Mandamientos). Dios dijo: «Ese día, sus pecados serán perdonados. Quedarán puros y limpios otra vez. Yo los veré limpios de todos sus pecados». Dios también les dio a los israelitas reglas para vivir. Les indicó: «Sean santos porque yo soy santo».

Luego, el Señor le dijo al pueblo cómo podía ser santo: «No digas mentiras. No hagas trampa. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Obedece mis reglas».
Conexión con Cristo:El libro de Levítico contiene muchas re- glas para los israelitas, pero hoy en día, no obedecemos todas estas reglas porque confiamos en Jesús, quien obe- deció la ley a la perfección por nosotros. Los israelitas tenían que ofrecer un sacrificio de sangre por su pecado todos los años. Jesús sacrificó Su sangre en la cruz para pagar por nuestro pecado una vez y para siempre (Hebreos 7:26-27). Cuando confiamos en Cristo, Dios nos perdona de nuestro pecado.

Pregunta para relacionar: ¿Por qué Dios dio reglas para los sacrificios?

Respuesta para relacionar: Dios dio reglas para mostrar cómo adorarlo y recibir perdón por el pecado.

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